La presión social

Imagen generada por Gemini (IA)

Uno de los factores que más influye en nuestro comportamiento es la presión social. Esta presión que ejercen sobre nosotros y que, consciente o inconscientemente, nosotros también ejercemos sobre los demás, condiciona nuestra forma de pensar y de actuar. La educación que recibimos desde niños constituye la primera forma de presión, la que nos marca las pautas de nuestros primeros comportamientos, los relacionados con la comida y sus horarios y, posteriormente, con el control de los esfínteres y los lugares donde podemos realizar nuestras necesidades.

A partir de ahí, dado que vivimos en grupos y compartimos el espacio y las costumbres con otras personas como nosotros, nuestra infancia se convierte en una adquisición de normas de todo tipo que nos ponen en disposición de relacionarnos con nuestros semejantes adaptándonos a formas y maneras de hacer que nos convierten en individuos aptos para la convivencia.

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La inmediatez

Imagen generada por Copilot (IA)

Uno de los aprendizajes básicos que forman parte de la educación de los niños es el aplazamiento de las recompensas. A los niños se les enseña a esperar, a que tal cosa no puede suceder ahora o a que el premio, el regalo, o tener aquello que desean, no se va a obtener en el momento. La satisfacción queda aplazada hasta que el niño hace las cosas de una determinada manera o a una fecha, como puede ser el cumpleaños, la Navidad o las vacaciones.

Cuando de pequeños no aprendemos a esperar porque lo que se quiere se obtiene inmediatamente, de mayores, es muy probable que queramos que las cosas sucedan de la misma manera y cuando esto no es así nos frustramos. Que nos frustremos no es ni bueno ni malo, es un hecho que se produce cuando nuestras expectativas no se cumplen.

La mayoría de las personas han aprendido a lo largo de su infancia y su adolescencia que no todo se puede conseguir, que algunas cosas se acaban consiguiendo a largo plazo y que otras, para conseguirlas, no basta con desearlas sino que hay que trabajar duro para obtenerlas. En resumen, que la satisfacción no suele ser inmediata sino aplazada.

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La realidad y las realidades

Foto: Carmen Ariza 

Cada vez que hablamos, que contamos un acontecimiento propio o ajeno, tenemos la tendencia a hacer afirmaciones categóricas sobre la verdad de las cosas. Lo que contamos pasó tal como lo contamos y lo que sucedió es la realidad y no otra. Consideramos que nuestra versión es la cierta y que las versiones de los otros o son interesadas o están sesgadas por alguna razón.

Lo cierto es que lo que hacemos habitualmente es dar la propia versión que tenemos sobre los hechos, hablar de lo que para nosotros es la realidad, aunque no coincida con la realidad de los otros.

Nuestra versión de los hechos, nuestra realidad, depende de cómo percibimos las cosas y esa percepción tiene mucho que ver con la atención que les prestamos. Prestamos atención a cosas que se relacionan con nuestros intereses, que producen algún tipo de sobresalto en nuestra rutina o que consideramos lo suficientemente llamativas para que nuestros sentidos se focalicen en ellas. Eso quiere decir que cuando prestamos atención a determinados aspectos de un hecho, no lo hacemos respecto a otros aspectos del mismo, ya que no es posible orientar la atención hacia todo lo que sucede

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Es buena persona, pero…

Es buena persona, pero…

¿Cuántas veces hemos oído esta frase? ¿Qué define a una buena persona? ¿Qué la distingue de la que supuestamente no lo es? Es curioso que cuando se utiliza esta expresión lo que sigue a ese pero no suele ser algo positivo. Es buena persona pero tiene un carácter que no hay que la aguante, o me hace sufrir lo indecible o me ataca de una manera inmisericorde cuando algo no le gusta…, vamos, que si no fuera porque me acaba de segar la hierba bajo los pies, quedarse con mis clientes o provocarme un dolor del que aún no me he recuperado, por lo demás, es muy buena persona.

No tengo muy claro cuál es la idea que tenemos de lo que significa ser buena persona. Muchas veces, en la calle y, sobre todo, en la consulta que es dónde la gente se explaya más hablando de las miserias humanas, escuchamos tras un relato en el que alguien te detalla el machaque continuo por parte de algún familiar, los comentarios despectivos por parte de un amigo o las humillaciones recibidas por parte de un cónyuge o un compañero de trabajo, que se añade aquello de: si es buena persona…pero…

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Formas de manipulación

Formas de manipulación

La manipulación, de una manera muy simple, consiste en influir en alguien para conseguir algo. En definitiva, hablamos de poder, de capacidad para hacer que una persona piense o haga lo que otro quiere. Por lo general, cuando hablamos de manipulación lo hacemos dándole unas connotaciones negativas puesto que, a menudo, esa influencia o ese poder se obtiene presionando, chantajeando o provocando en el otro un sentimiento de culpa. Lo que se consigue suele ser que la persona haga algo que no quiere hacer porque le desagrada y le genera malestar.

Otro tipo de manipulación, menos agresiva, es la que llevamos a cabo, por ejemplo, cuando queremos influir en la percepción que los otros tienen de nosotros. Nos vestimos, nos adornamos o nos comportamos de una manera determinada con el fin de dar una imagen, parecer más atractivos o impresionar a alguien. Aunque no deja de ser una forma de engañar suele considerarse como algo aceptable socialmente, dentro de unos límites, ya que es una manera de hacer que los demás vean de nosotros lo mejor que tenemos.

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El miedo a la soledad

El miedo a la soledad

Uno de los lamentos habituales cuando se produce una ruptura sentimental es el miedo a quedarse solo o sola. Generalmente, es la persona que ha sido abandonada o a la que se le ha impuesto la ruptura la que hace explicito ese temor. El hecho de que nada más vaya a cambiar porque su familia, sus amigos (los suyos, los de toda la vida), sus hijos o sus compañeros de trabajo sigan estando dónde están, no minimiza el miedo a la soledad.

De la misma forma, cuando hay  que expresar una queja, presentar un proyecto o defender una idea, el “quedarse solo” ante aquellos que deben responder, evaluar o dar soluciones convierte el previo a la acción en un mar de dudas y de indecisión. La exposición pública en soledad, para un porcentaje elevado de personas, es un obstáculo que muchas veces acaba por desalentar la acción y llevarla al abandono.

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El valor del reconocimiento

El valor del reconocimiento

El reconocimiento es un elemento importante de la motivación, de la automotivación, diría yo, porque cuando alguien nos dice que hemos hecho algo bien o cuando nos agradece una acción, nos sentimos mejor y eso nos impulsa a seguir actuando. El valor que tiene el reconocimiento no siempre está presente ni se aprecia lo suficiente. Cuántas veces hemos echado de menos que alguien reconozca nuestro esfuerzo con una palabra amable o con un gesto de comprensión.

Vemos muchas veces, tanto en la consulta como en el ámbito laboral, como hay personas que llevan años esperando una palabra de reconocimiento. Los padres son la primera fuente de aceptación y aprobación y cuando nos vamos haciendo mayores y vamos socializando, esperamos la aprobación de nuestros profesores, de nuestros amigos y, por fin, el de nuestros jefes y compañeros.

¿Qué sucede cuando en vez de un qué bien lo has hecho o cuánto aprecio tu esfuerzo nos encontramos con un eso es lo que tienes que hacer o un es tu obligación. Sucede que nos sentimos estafados, como si el esfuerzo a pesar de los resultados hubiera sido inútil, como si fuéramos invisibles a los ojos de las personas que nos importan.

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