El pensamiento negativo

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Lejos de ese mundo idílico y feliz que en los últimos años se ha puesto tan de moda y que, según los distintos predicadores de la religión de la felicidad, ha de mantenerse independientemente de cuales sean las circunstancias, lo cierto es que muchas personas, ante cualquier acontecimiento, tienden a pensar en negativo.

No me estoy refiriendo a ser capaz de valorar los distintos aspectos de una situación, los positivos y los negativos, sino a cuestiones tales como pensar que cualquier cosa que emprendan va a salir mal, que si algo puede estropearse tal cosa pasará con toda seguridad o a compararse con otras personas utilizando criterios de comparación respecto a los cuales siempre salen perdiendo.

El pensamiento negativo es capaz de minar la moral y la autoestima, de rebajar la motivación y de convertir a personas que, objetivamente, no deberían serlo, en tremendamente infelices.

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El valor simbólico del dinero

El valor simbólico del dinero

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Pocas veces nos paramos a pensar que las cosas no siempre son lo que parecen. Por ejemplo, cuando hablamos de dinero, de cuánto cuestan las cosas o de cuánto  nos pagan por nuestro trabajo. Escuchamos como los medios de comunicación nos hablan de las elevadas cifras que se manejan para fichar a ciertos deportistas o para contratar a los actores de moda en Hollywood. A menudo, estas cifras suelen parecernos disparatadas y nos extraña que los que representan a estas estrellas tan bien pagadas tarden en llegar a acuerdos y aceptar lo que se les ofrece, o que se estaquen las negociaciones por relativamente pequeñas cantidades sobre el escandaloso monto total. ¿Para qué quieren más? oímos decir a veces.

Olvidamos que el valor del dinero no es sólo el que tienen las monedas o los billetes ni el que nos permite conseguir aquello que es posible pagar. El dinero también tiene otro valor, el que se deriva de nuestra percepción de ser reconocidos y por lo tanto bien pagados, el que tiene mucho que ver con la comparación social, que hace que me sienta mejor o peor pagado en relación a lo que pagan al otro por hacer un trabajo similar al mío, o el que me conecta con mi propio autoconcepto: si me pagan bien es porque valgo.

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La resistencia al cambio

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Una de las cosas más difíciles con las que nos encontramos en la vida es la de realizar cambios. Si no fuera así no nos escucharíamos y escucharíamos decir a otros lo que deberíamos hacer y no hacemos, lo que tendríamos que proponernos para hacer cualquier día de estos y vamos aplazando, o lo que nos cuesta llevar a cabo una tarea una vez que hemos decidido hacerla.

Nos sentimos mal, incómodos o a disgusto pero preferimos seguir como estamos, quejándonos y esperando que las cosas cambien alguna vez sin que nosotros hagamos nada para que eso pase. Lo cierto que es que necesitamos pararnos a reflexionar un momento para ser conscientes de la capacidad que tenemos para cambiar las cosas. Es cierto que si quiero medir 10 centímetros más por muchos cambios que haga en mi vida no voy a conseguir ganar altura, lo que sí puedo cambiar es mi actitud al respecto y tratar de aceptarme como soy en vez de amargarme la vida.

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La realidad y las realidades

Foto: Carmen Ariza 

Cada vez que hablamos, que contamos un acontecimiento propio o ajeno, tenemos la tendencia a hacer afirmaciones categóricas sobre la verdad de las cosas. Lo que contamos pasó tal como lo contamos y lo que sucedió es la realidad y no otra. Consideramos que nuestra versión es la cierta y que las versiones de los otros o son interesadas o están sesgadas por alguna razón.

Lo cierto es que lo que hacemos habitualmente es dar la propia versión que tenemos sobre los hechos, hablar de lo que para nosotros es la realidad, aunque no coincida con la realidad de los otros.

Nuestra versión de los hechos, nuestra realidad, depende de cómo percibimos las cosas y esa percepción tiene mucho que ver con la atención que les prestamos. Prestamos atención a cosas que se relacionan con nuestros intereses, que producen algún tipo de sobresalto en nuestra rutina o que consideramos lo suficientemente llamativas para que nuestros sentidos se focalicen en ellas. Eso quiere decir que cuando prestamos atención a determinados aspectos de un hecho, no lo hacemos respecto a otros aspectos del mismo, ya que no es posible orientar la atención hacia todo lo que sucede

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Las generalizaciones

Siempre me pasa lo mismo; todo el mundo está mejor que yo; cada vez que intento algo me sale mal; no me apetece hacer nada ¿A que nos resulta familiar esa manera de hablar? Es posible que hayamos dicho alguna de esas frases y es muy probable que se las hayamos escuchado a otros.

Las generalizaciones son distorsiones que nuestra mente hace sobre el mundo, las personas o las cosas. Todo, nada, siempre, nunca… Cada vez que generalizamos hacemos afirmaciones categóricas que no admiten matices hasta que nos paramos a pensar y someter a evidencia tales afirmaciones. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que nadie me quiere es una afirmación excesiva que debería cambiarse por Pepe no me quiere o Todo me sale mal por Esto, aquí y ahora, no ha salido como yo pretendía.

El caso es que pocas veces hacemos esa reflexión y, por lo tanto, llegamos a convencernos, a fuerza de repetirlo, de que determinadas cosas son, en todos los casos, de una manera cuando sólo una cosa o una persona o un acontecimiento lo es. Ese convencimiento acaba instaurándose y transformándose en una creencia que no admite discusión y que influye, sin que nos demos cuenta, en nuestras relaciones, en las decisiones que tomamos y en nuestra forma de percibir la vida.

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Es buena persona, pero…

Es buena persona, pero…

¿Cuántas veces hemos oído esta frase? ¿Qué define a una buena persona? ¿Qué la distingue de la que supuestamente no lo es? Es curioso que cuando se utiliza esta expresión lo que sigue a ese pero no suele ser algo positivo. Es buena persona pero tiene un carácter que no hay que la aguante, o me hace sufrir lo indecible o me ataca de una manera inmisericorde cuando algo no le gusta…, vamos, que si no fuera porque me acaba de segar la hierba bajo los pies, quedarse con mis clientes o provocarme un dolor del que aún no me he recuperado, por lo demás, es muy buena persona.

No tengo muy claro cuál es la idea que tenemos de lo que significa ser buena persona. Muchas veces, en la calle y, sobre todo, en la consulta que es dónde la gente se explaya más hablando de las miserias humanas, escuchamos tras un relato en el que alguien te detalla el machaque continuo por parte de algún familiar, los comentarios despectivos por parte de un amigo o las humillaciones recibidas por parte de un cónyuge o un compañero de trabajo, que se añade aquello de: si es buena persona…pero…

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La inactividad

La inactividad

Una de las consecuencias del tiempo que estamos viviendo y que está influyendo de manera muy negativa en muchos de nosotros, es la inactividad. Si dejamos al margen que hay personas que son capaces de buscar qué hacer en cualquier circunstancia, tiempo y lugar, hay un buen porcentaje de ellas para las que el tiempo que pasan metidas en casa les supone una gran dificultad y una incapacidad para buscar formas de emplearlo de una manera satisfactoria.

Personas que se definen como muy sociables y cuya actividad habitual, más allá del tiempo que dedican al trabajo, consiste en quedar con amigos, visitar a parientes o socializar de todas las maneras posibles, se han visto muy condicionadas por la obligación de pasar más tiempo del habitual en casa y no poder relacionarse con otras personas.

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