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Lejos de ese mundo idílico y feliz que en los últimos años se ha puesto tan de moda y que, según los distintos predicadores de la religión de la felicidad, ha de mantenerse independientemente de cuales sean las circunstancias, lo cierto es que muchas personas, ante cualquier acontecimiento, tienden a pensar en negativo.

No me estoy refiriendo a ser capaz de valorar los distintos aspectos de una situación, los positivos y los negativos, sino a cuestiones tales como pensar que cualquier cosa que emprendan va a salir mal, que si algo puede estropearse tal cosa pasará con toda seguridad o a compararse con otras personas utilizando criterios de comparación respecto a los cuales siempre salen perdiendo.

El pensamiento negativo es capaz de minar la moral y la autoestima, de rebajar la motivación y de convertir a personas que, objetivamente, no deberían serlo, en tremendamente infelices.

Si ante los acontecimientos de la vida por los que la gran mayoría de las personas pasan, tiendo a pensar que lo malo solo me pasa a mí, que para qué molestarme en hacer algo si seguro que otro lo hace mejor o a fijarme en mis carencias en vez de en todo lo bueno que tengo, la probabilidad de estar permanentemente insatisfecha o de mantener un estado de ánimo bajo se incrementa de una manera notable.

El pensamiento negativo, cuando se convierte en nuestra forma habitual de pensar, nos limita porque nos hace sentirnos derrotados antes de iniciar la acción, nos lleva a especular continuamente sobre lo que podría pasar haciendo un ejercicio de adivinación y adelantando un sufrimiento que probablemente no va a llegar, y nos mantiene en la queja permanente.

Para las personas que, por el contrario, tienden a ver la luz al final del túnel en vez de fijarse en la oscuridad o que ante la incertidumbre valoran la posibilidad de que el resultado sea favorable, las personas negativas acaban convirtiéndose en un lastre, en una especie de agoreros de cabecera que siempre están dispuestas a aguarles el día. Es frecuente que, si les es posible, acaben apartándose de ellas porque el permanente mal humor cansa y aburre.

¿Pensar en negativo es inevitable? No. Aprendemos a pensar de una manera o de otra influidos por muchos factores y, de la misma forma que hemos establecido unas determinadas pautas de reacción ante la vida, podemos desaprenderlas y sustituirlas por otras capaces de permitirnos vivir mucho más felices. 

Aprender a pensar de un modo más realista, no convierte la realidad en un mundo de color de rosa pero sí convierte nuestra realidad en más llevadera, en más agradable y nos permite disfrutar de lo bueno que nos sucede sin echar de menos, permanentemente, lo que creemos que los otros tienen y nosotros no, o temiendo la catástrofe que nos arrolle en cualquier momento.

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