Las comparaciones

Las comparaciones

Uno de los argumentos esgrimidos con más frecuencia para justificar la infelicidad es el que hace alusión a lo que a otros les sucede, poseen o disfrutan y nosotros no.

Las comparaciones son un recurso que utilizamos a menudo sin pararnos a pensar qué significa lo que estamos diciendo. Por lo general, la comparación se realiza con los demás, la gente, todo el mundo… Si dedicamos unos minutos a analizar lo que afirmamos, nos daremos cuenta de que frases del tipo a todos mis amigos les va bien, o todo el mundo tiene pareja menos yo, están cargadas de generalizaciones, ambigüedades e imprecisiones.

Los demás o todo el mundo, es una cantidad de personas imprecisa que no sabemos a cuántos seres se refiere. ¿A nuestros compañeros de trabajo, a familiares, a nuestro barrio o al país entero? ¿Qué quiere decir que les va bien? ¿Tiene salud? ¿Les ha tocado la lotería? Pues no se sabe, no sabemos a qué nos referimos con esa afirmación.

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Tomar decisiones

Tomar decisiones

Es frecuente que uno de los síntomas mas llamativos de los bloqueos vitales sea la dificultad para tomar decisiones. En realidad, tomamos decisiones continuamente: si nos levantamos o no, como nos vestimos, lo que comemos, los sitios en los que nos paramos de camino a algún lugar…

Lo que sucede es que no somos conscientes de que lo hacemos hasta que sentimos esa sensación de vacío, de no saber a dónde ir y de no saber lo que queremos. Entonces, sobreviene esa percepción de incapacidad para la toma de decisiones, esa sensación que describimos como de bloqueo o de parálisis. Aun así, seguimos decidiendo si comentárselo a alguien o no, si dejarnos llevar o intentar poner remedio a la situación.

Cuando tomamos decisiones nos vemos obligados a elegir, al menos, entre dos alternativas. A veces, más. Elegir supone renunciar a una de esas alternativas en favor de la otra, supone ser conscientes de que no podemos tenerlo todo y de que con la elección dejamos atrás, tal vez de manera irrevocable, uno de los cursos de acción.

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La sensación de saturación

La sensación de saturación

Es habitual que, sobre todo en algunas épocas de la vida, tengamos la sensación de saturación mental. Ese sentirse saturado, supone tener la percepción de no poder más, de que si algún elemento de los que forman parte de la vida cotidiana se mueve de su sitio vamos a caernos psicológica y mentalmente hablando.

La sensación de saturación suele producirse cuando las demandas del medio en el que nos movemos son tales que la capacidad que tenemos para hacerles frente se nos antoja insuficiente, por muchos esfuerzos que hagamos. Esa discordancia percibida entre las demandas y los propios recursos es la que nos estresa.

Al margen de que nuestra autopercepción nos haga considerarnos más o menos capaces de afrontar el día a día, suele suceder que empezamos a tener esa sensación cuando los problemas se acumulan y aunque vayamos resolviéndolos nos imaginamos como el jugador al que si le llega una pelota puede despejarla sin dificultad, si le llegan dos a la vez ya lo tiene más complicado, pero cuando le llegan cuatro o cinco empieza a tener dificultades para darle a todas.

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El diálogo interior

El diálogo interior

Definitivamente, la mayoría de nosotros, no somos conscientes de que hablamos, de manera permanente, con nosotros mismos. Hablamos y nos lanzamos mensajes, que nos repetimos de forma machacona, sin darnos cuenta de que esos mensajes producen un efecto en nosotros, tanto en nuestra forma de percibir el mundo como en la de actuar al respecto.

Con frecuencia, muchos de esos mensajes son muy limitadores. Nos decimos varias veces al día lo negados que somos para realizar determinadas acciones, lo poco o nada que sabemos de diferentes cosas o lo incapaces que creemos ser para esto y lo otro. El caso es que a fuerza de repetirlo terminamos creyéndolo y actuando en base a ese convencimiento.

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Lo que quiero, lo que puedo y lo que debo

Lo que quiero, lo que puedo y lo que debo

Nos parece mentira que las personas podamos enfermar por las dificultades para afrontar los problemas de la vida cotidiana. Para muchos es inexplicable que una mala situación laboral o personal desencadene una serie de síntomas físicos y psíquicos que no parecen poder atribuirse más que a una situación difícil de asumir y más difícil de cambiar.

 Si, además, nos encontramos con el consabido grupo de expertos formado por amigos y familiares cuya misión en la vida parece centrarse en quitar importancia a lo que sucede o atribuir a la persona que sufre la cualidad de egoísta o inmadura, tenemos la mejor combinación para convertir la vida de una persona en una trampa de mala salida.

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Razonamiento o excusa

Razonamiento o excusa

Cuántas veces nos encontramos al cabo del día dando explicaciones y elaborando razonamientos complejos sobre lo que teníamos que hacer y no hicimos, lo que debimos decir y no dijimos o lo que se esperaba de nosotros y no llegó a concretarse. Las justificaciones y razonamientos son habituales en nuestro discurso, tanto que ni siquiera nos damos cuenta de que lo hacemos hasta que escuchamos aquello de “no me pongas excusas”.

Una excusa es, por definición, un motivo o pretexto que se invoca para eludir una obligación o disculpar una omisión (RAE). Cuando no cumplimos los compromisos o aplazamos una acción, habitualmente, generamos cierto nivel de ansiedad, nuestro pensamiento nos lleva repetidamente al recuerdo de lo pendiente y nos vemos impelidos a eliminar la tensión y el malestar que esta situación nos genera ¿Qué hacemos, entonces? Buscar alguna justificación que nos permita recuperar el equilibrio psíquico perdido.

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Pensar mucho ¿lo mismo que pensar bien?

Pensar mucho ¿lo mismo que pensar bien?

Foto: Geralt. Pixabay

¿Pensar mucho es lo mismo que pensar bien?

La forma en la que pensamos sobre las cosas nos facilita una mejor definición de los problemas y una mejor búsqueda de alternativas. Se trata de cambiar el “pensar mucho” por el “pensar bien”, siendo bien la forma que nos permite conseguir nuestros objetivos, o lo que es lo mismo, la que nos permite ir desde dónde estamos hasta dónde queremos estar.

Habitualmente, tendemos a pensar de dos maneras: en círculo, lo que se manifiesta en expresiones como “yo le doy muchas vueltas a las cosas” o “no hago más que darle vueltas” o en túnel, queriendo ver un punto en la lejanía viendo negro todo lo demás: “no tengo otra opción” o “es que no soy capaz de ver otra salida”. Lo cierto es que tanto una forma de pensar como la otra son tremendamente limitadoras. La primera porque a lo que damos vueltas una y otra vez es al problema, no a las posibles soluciones, y la segunda porque ese efecto túnel nos impide ver cualquier otra posibilidad obcecados en no mirar en otras direcciones.

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