Para muchas personas, la palabra terapia evoca la idea de enfermedad. Cuando hablamos de la terapia desde el punto de vista psicológico nos referimos a un proceso en el que a través de la comunicación que se establece entre el terapeuta y la persona que acude a solicitar su ayuda, se consiguen cambios en la manera de pensar, de sentir y de actuar. Estos cambios producen un alivio del sufrimiento psíquico, una reducción o eliminación de síntomas y una mejora de la calidad de vida de las personas.
El malestar psíquico no siempre es producto de lo que se podría entender como enfermedad mental. Los bloqueos, el pensamiento circular, la inseguridad o los problemas para tomar decisiones son, en muchas ocasiones, motivo de consulta cuando una persona considera que por sí sola no es capaz de avanzar y conseguir sus metas. Otras veces son las relaciones interpersonales las que causan sufrimiento. Los problemas de pareja, los malos entendidos con las personas de nuestro entorno, los conflictos en el trabajo o las relaciones con los hijos son susceptibles de ser tratados con el objetivo de mejorar la forma de comunicarse, la capacidad para aceptar la diversidad o aprender habilidades sociales.
Así, la psicoterapia se convierte en un medio para lograr un fin. Los diferentes enfoques terapéuticos consiguen que sea posible personalizar y adaptar la intervención del terapeuta a las necesidades de la persona que consulta. El diálogo terapéutico se enfoca en la valoración del problema, la determinación de las necesidades de intervención y el establecimiento de pautas de pensamiento y de conducta más adecuadas.
Es importante que la persona sepa y entienda qué es lo que le está pasando y por qué le pasa, que conozca cuáles son sus alternativas para superar la situación y que se implique en el seguimiento de las pautas y tareas que establezca el terapeuta. La voluntad de la persona de mejorar es el mejor indicador del éxito de la terapia.