Pensar mucho ¿lo mismo que pensar bien?

Pensar mucho ¿lo mismo que pensar bien?

Foto: Geralt. Pixabay

¿Pensar mucho es lo mismo que pensar bien?

La forma en la que pensamos sobre las cosas nos facilita una mejor definición de los problemas y una mejor búsqueda de alternativas. Se trata de cambiar el “pensar mucho” por el “pensar bien”, siendo bien la forma que nos permite conseguir nuestros objetivos, o lo que es lo mismo, la que nos permite ir desde dónde estamos hasta dónde queremos estar.

Habitualmente, tendemos a pensar de dos maneras: en círculo, lo que se manifiesta en expresiones como “yo le doy muchas vueltas a las cosas” o “no hago más que darle vueltas” o en túnel, queriendo ver un punto en la lejanía viendo negro todo lo demás: “no tengo otra opción” o “es que no soy capaz de ver otra salida”. Lo cierto es que tanto una forma de pensar como la otra son tremendamente limitadoras. La primera porque a lo que damos vueltas una y otra vez es al problema, no a las posibles soluciones, y la segunda porque ese efecto túnel nos impide ver cualquier otra posibilidad obcecados en no mirar en otras direcciones.

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¿Cómo influyen las creencias en nuestra vida?

¿Cómo influyen las creencias en nuestra vida?

Las creencias, aquello que creemos firmemente y que forma parte de nuestro pensamiento habitual, son como farolillos que nos van guiando en nuestra vida. Creemos que ser  demasiado confiados puede ponernos en una posición vulnerable o que si somos amables recibiremos a cambio el mismo trato, que todas las personas van a lo suyo o que somos negados para las matemáticas. Generamos creencias acerca de cualquier aspecto de nuestro mundo, tanto si se refiere a las cosas como a las personas, incluidos nosotros mismos. Como eso es lo que pensamos, actuamos según esa manera de pensar.

Existen dos tipos de creencias, las que nos ayudan a crecer, a desarrollarnos y establecer buenas relaciones con nuestro entorno y las que nos producen el efecto contrario. Estas últimas, las creencias limitadoras, las que nos impiden hacer cosas o relacionarnos con cierto tipo de personas, nos privan de la posibilidad de adquirir conocimiento nuevo, de experimentar o de descubrir. Como sé que soy torpe no trato de mejorar mi ejecución porque ni siquiera me cuestiono tal creencia, la doy por buena y actúo como si eso fuera cierto. Cómo sé que todo el mundo te la acaba jugando ya no intento confiar en alguien porque mi creencia no cuestionada me impide experimentar por mí misma la posibilidad de poder fiarme de otro.

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El fracaso.

El fracaso.

Fuente foto: www.morguefile.com

La Caja Sináptica. Blogs El Correo Gallego.

El fracaso en una actividad supone que no hemos cumplido los objetivos que pretendíamos al iniciarla. A menudo, cuando esto sucede, nos sentimos frustrados, abatidos e, incluso, podemos empezar a dudar de nosotros mismos.  ¿A qué se debe un fracaso? Puede que los objetivos no estuvieran bien definidos o que estos no fueran realistas, puede ser que  no hayamos  conseguido llevar a cabo las acciones necesarias  para alcanzar la meta o que no hayamos medido bien nuestras aptitudes, actitudes o fuerza para poder lograrlas.

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El Optimista

El Optimista

La Caja Sináptica. Blogs El Correo Gallego

De algunas personas se dice que siempre ven la botella medio llena y de otras que siempre la ven medio vacía. A los primeros les atribuimos la etiqueta de optimistas y a los segundos de pesimistas. ¿Quién de los dos enfoca mejor las situaciones? ¿Quién enfrenta los avatares de la vida de una manera más adecuada? Probablemente, ninguno de los dos.

Valoramos de una manera positiva a las personas que ante la adversidad mantienen la presencia de ánimo, que no se hunden cuando soplan malos vientos y que siguen luchando a pesar de que la victoria nunca está garantizada. Debemos preguntarnos si estas personas sólo ven la botella medio llena o también son conscientes de que dónde cabe un litro sólo está ocupada la mitad del recipiente.

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Si algo no te gusta ¡cámbialo!

Si algo no te gusta ¡cámbialo!

Si algo no te gusta ¡cámbialo! Si, ya sé que no es fácil, que no siempre es posible, que cuando llegaste ya funcionaba así… ¿Nada de lo que haces depende de ti?

Párate a pensar en todas las actividades que haces desde que te despiertas, fíjate en tus rutinas, en la manera en la que haces las cosas, incluso en los pensamientos que tienes cuando vas a iniciar una actividad. ¿Son del tipo “¡bah, otra vez al curre!”, “¡vaya mierda de trabajo!”, “un día más a aguantar a éste”…?

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¿Por qué no preguntar por qué?

¿Por qué no preguntar por qué?

De una manera muy simple, podemos decir que el Coaching consiste en hacer preguntas. ¿Cualquier pregunta? ¿Por qué no? Uno de los principios básicos del Coaching es el supuesto de que somos nosotros mismos quienes tenemos las respuestas a las cuestiones que nos hacemos; si nos preguntamos adecuadamente o no, es otra cosa. Cuando el coach pregunta no lo hace en base a una lista que lleva preparada previamente, pregunta en función de lo que escucha. Por eso, el planteamiento primero es demasiado simple. El Coaching es preguntar pero lo más importante es escuchar.

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La moda del Coaching

La moda del Coaching

No hay duda de que el Coaching está de moda. Desde hace unos años las palabras Coaching, o quien lo ejerce, coach,  aparecen de manera reiterada en los medios de comunicación. En los concursos de la televisión, en las tertulias de la radio, en las empresas, en todas partes hay coaches.  Cabe preguntarse si  en esta avalancha de coaches están todos los que son o son todos los que están. En la actualidad, atribuirse la función de coach es relativamente fácil ya que no existe como profesión reglada, como podría ser la de abogado o la de psicólogo, son las diferentes asociaciones que existen en el mundo (más de 200 según algunos cómputos) las que certifican, en función de sus propias normas y exigencias, a los nuevos coaches.

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