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La Caja Sináptica. Blogs El Correo Gallego.

El fracaso en una actividad supone que no hemos cumplido los objetivos que pretendíamos al iniciarla. A menudo, cuando esto sucede, nos sentimos frustrados, abatidos e, incluso, podemos empezar a dudar de nosotros mismos.  ¿A qué se debe un fracaso? Puede que los objetivos no estuvieran bien definidos o que estos no fueran realistas, puede ser que  no hayamos  conseguido llevar a cabo las acciones necesarias  para alcanzar la meta o que no hayamos medido bien nuestras aptitudes, actitudes o fuerza para poder lograrlas.

Los motivos por los que fracasamos pueden ser muchos. Se dice que en nuestra sociedad los fracasos son un estigma con el que tenemos que cargar mientras los demás nos señalan con el dedo mientras que en otras culturas, como la norteamericana, el fracaso se considera un valor, una manera de llevar a cabo un aprendizaje que de otra manera no se hubiera producido.

El miedo al fracaso está detrás de muchos proyectos ni siquiera iniciados, de la inmovilidad de muchos, que convierten tener un fracaso en sinónimo de ser un fracasado, y de un perfeccionismo absurdo que no admite que como humanos que somos tenemos que cometer errores sin que eso suponga esconder la cabeza debajo del ala y no volver a intentarlo. Caerse, ponerse en pie y reanudar la marcha requiere valor, esfuerzo y compromiso, sobre todo con uno mismo.

Cada vez que intentamos algo nos ponemos en el camino que nos permite avanzar hacia sitios desconocidos, que nos da la oportunidad de probar algo distinto, de corregir errores y de aprender cosas nuevas. El fracaso no nos convierte en fracasados sino en personas vivas que intentan formas nuevas de explorar el mundo y de influir sobre él. Lo peor no es haberlo intentado y fracasar, lo peor  es haber pasado por la vida sin intentarlo.

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