La resistencia al cambio

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Una de las cosas más difíciles con las que nos encontramos en la vida es la de realizar cambios. Si no fuera así no nos escucharíamos y escucharíamos decir a otros lo que deberíamos hacer y no hacemos, lo que tendríamos que proponernos para hacer cualquier día de estos y vamos aplazando, o lo que nos cuesta llevar a cabo una tarea una vez que hemos decidido hacerla.

Nos sentimos mal, incómodos o a disgusto pero preferimos seguir como estamos, quejándonos y esperando que las cosas cambien alguna vez sin que nosotros hagamos nada para que eso pase. Lo cierto que es que necesitamos pararnos a reflexionar un momento para ser conscientes de la capacidad que tenemos para cambiar las cosas. Es cierto que si quiero medir 10 centímetros más por muchos cambios que haga en mi vida no voy a conseguir ganar altura, lo que sí puedo cambiar es mi actitud al respecto y tratar de aceptarme como soy en vez de amargarme la vida.

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Las generalizaciones

Siempre me pasa lo mismo; todo el mundo está mejor que yo; cada vez que intento algo me sale mal; no me apetece hacer nada ¿A que nos resulta familiar esa manera de hablar? Es posible que hayamos dicho alguna de esas frases y es muy probable que se las hayamos escuchado a otros.

Las generalizaciones son distorsiones que nuestra mente hace sobre el mundo, las personas o las cosas. Todo, nada, siempre, nunca… Cada vez que generalizamos hacemos afirmaciones categóricas que no admiten matices hasta que nos paramos a pensar y someter a evidencia tales afirmaciones. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que nadie me quiere es una afirmación excesiva que debería cambiarse por Pepe no me quiere o Todo me sale mal por Esto, aquí y ahora, no ha salido como yo pretendía.

El caso es que pocas veces hacemos esa reflexión y, por lo tanto, llegamos a convencernos, a fuerza de repetirlo, de que determinadas cosas son, en todos los casos, de una manera cuando sólo una cosa o una persona o un acontecimiento lo es. Ese convencimiento acaba instaurándose y transformándose en una creencia que no admite discusión y que influye, sin que nos demos cuenta, en nuestras relaciones, en las decisiones que tomamos y en nuestra forma de percibir la vida.

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Las comparaciones

Las comparaciones

Uno de los argumentos esgrimidos con más frecuencia para justificar la infelicidad es el que hace alusión a lo que a otros les sucede, poseen o disfrutan y nosotros no.

Las comparaciones son un recurso que utilizamos a menudo sin pararnos a pensar qué significa lo que estamos diciendo. Por lo general, la comparación se realiza con los demás, la gente, todo el mundo… Si dedicamos unos minutos a analizar lo que afirmamos, nos daremos cuenta de que frases del tipo a todos mis amigos les va bien, o todo el mundo tiene pareja menos yo, están cargadas de generalizaciones, ambigüedades e imprecisiones.

Los demás o todo el mundo, es una cantidad de personas imprecisa que no sabemos a cuántos seres se refiere. ¿A nuestros compañeros de trabajo, a familiares, a nuestro barrio o al país entero? ¿Qué quiere decir que les va bien? ¿Tiene salud? ¿Les ha tocado la lotería? Pues no se sabe, no sabemos a qué nos referimos con esa afirmación.

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Tomar decisiones

Tomar decisiones

Es frecuente que uno de los síntomas mas llamativos de los bloqueos vitales sea la dificultad para tomar decisiones. En realidad, tomamos decisiones continuamente: si nos levantamos o no, como nos vestimos, lo que comemos, los sitios en los que nos paramos de camino a algún lugar…

Lo que sucede es que no somos conscientes de que lo hacemos hasta que sentimos esa sensación de vacío, de no saber a dónde ir y de no saber lo que queremos. Entonces, sobreviene esa percepción de incapacidad para la toma de decisiones, esa sensación que describimos como de bloqueo o de parálisis. Aun así, seguimos decidiendo si comentárselo a alguien o no, si dejarnos llevar o intentar poner remedio a la situación.

Cuando tomamos decisiones nos vemos obligados a elegir, al menos, entre dos alternativas. A veces, más. Elegir supone renunciar a una de esas alternativas en favor de la otra, supone ser conscientes de que no podemos tenerlo todo y de que con la elección dejamos atrás, tal vez de manera irrevocable, uno de los cursos de acción.

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La sensación de saturación

La sensación de saturación

Es habitual que, sobre todo en algunas épocas de la vida, tengamos la sensación de saturación mental. Ese sentirse saturado, supone tener la percepción de no poder más, de que si algún elemento de los que forman parte de la vida cotidiana se mueve de su sitio vamos a caernos psicológica y mentalmente hablando.

La sensación de saturación suele producirse cuando las demandas del medio en el que nos movemos son tales que la capacidad que tenemos para hacerles frente se nos antoja insuficiente, por muchos esfuerzos que hagamos. Esa discordancia percibida entre las demandas y los propios recursos es la que nos estresa.

Al margen de que nuestra autopercepción nos haga considerarnos más o menos capaces de afrontar el día a día, suele suceder que empezamos a tener esa sensación cuando los problemas se acumulan y aunque vayamos resolviéndolos nos imaginamos como el jugador al que si le llega una pelota puede despejarla sin dificultad, si le llegan dos a la vez ya lo tiene más complicado, pero cuando le llegan cuatro o cinco empieza a tener dificultades para darle a todas.

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El diálogo interior

El diálogo interior

Definitivamente, la mayoría de nosotros, no somos conscientes de que hablamos, de manera permanente, con nosotros mismos. Hablamos y nos lanzamos mensajes, que nos repetimos de forma machacona, sin darnos cuenta de que esos mensajes producen un efecto en nosotros, tanto en nuestra forma de percibir el mundo como en la de actuar al respecto.

Con frecuencia, muchos de esos mensajes son muy limitadores. Nos decimos varias veces al día lo negados que somos para realizar determinadas acciones, lo poco o nada que sabemos de diferentes cosas o lo incapaces que creemos ser para esto y lo otro. El caso es que a fuerza de repetirlo terminamos creyéndolo y actuando en base a ese convencimiento.

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Lo que quiero, lo que puedo y lo que debo

Lo que quiero, lo que puedo y lo que debo

Nos parece mentira que las personas podamos enfermar por las dificultades para afrontar los problemas de la vida cotidiana. Para muchos es inexplicable que una mala situación laboral o personal desencadene una serie de síntomas físicos y psíquicos que no parecen poder atribuirse más que a una situación difícil de asumir y más difícil de cambiar.

 Si, además, nos encontramos con el consabido grupo de expertos formado por amigos y familiares cuya misión en la vida parece centrarse en quitar importancia a lo que sucede o atribuir a la persona que sufre la cualidad de egoísta o inmadura, tenemos la mejor combinación para convertir la vida de una persona en una trampa de mala salida.

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