La presión de los mensajes que nos obligan a ser felices, pase lo que pase, está llegando a niveles absurdos. Parece que la felicidad, que es algo que no siempre se define bien, es una especie de objeto que nosotros podemos adquirir de manera voluntaria y que si no lo hacemos nos convertimos en los más tontos del lugar.
Proliferan las ofertas de eventos en los que es foto obligada la del grupo con los brazos en alto, la sonrisa de oreja a oreja y todos haciendo la V de la victoria con los dedos. Hay que aprender a ser felices. Da igual si de lo que se está tratando es de motivar al personal, de aprender a atender al cliente o de vender camiones. Hay que enseñar la dentadura, cuanto más mejor.
Ese postureo grupal en el que los que nos dedicamos a la formación nos hemos visto obligados a entrar, porque es lo que vende y hay que pagar el alquiler, suele producir en los asistentes, no en todos, una especie de euforia que engancha. Así vemos a muchas personas que parecen obsesionadas con asistir a cuanto evento haya en el que se salte, se baile y se grite en coro. A querer siempre más.
Otra forma en la que se manifiesta esa obligación de la felicidad es en el psicofármaco. Que te ha dejado el novio, que se ha muerto el perro o que has tenido una contrariedad, no hay problema, para eso está la pastilla mágica. El consumo de antidepresivos y ansiolíticos está disparado. La gente lleva en el bolso el Lexatin como antes llevaba unas aspirinas.
La obligación de ser felices, de evitar el sufrimiento psíquico a toda costa, lleva a muchas personas a no aprender nunca a afrontar los acontecimientos estresantes de la vida y, paradójicamente, a ponerse en una posición que les permite pasar esta en una queja continua y a sufrir por miedo a sufrir.
Los que llevamos muchos años en este oficio, tanto en la formación como en la psicología, hemos visto como el formador ha tenido que transformarse en mujer/hombre orquesta, en alguien obligado a dar espectáculo porque parece que el objetivo de la formación, el aprendizaje, se ha convertido en la obligación de divertir al respetable. Si la gente no se divierte no aprende. Hay que provocar subidón.
Respecto a la psicoterapia, que para quien no lo sepa también va evolucionando, la alternativa son todas las pseudoterapias de la felicidad, las que convierten la experiencia de la búsqueda del equilibrio en un divertimento, en una experiencia emocional de comunión con el otro, en la que todo el mundo se quiere y se apoya. Lo peor es que, cuando eso termina, a casa se va uno solo.
La búsqueda de la felicidad, que cada cual experimentará a su manera, es legítima. Todos tenemos derecho a estar y sentirnos lo mejor posible. A lo que no hay derecho es que a las personas que sufren porque los contratiempos, las enfermedades o las pérdidas del tipo que sean provocan dolor, se les considere una especie de tontos por sufrir. A lo que no hay derecho es a provocar sentimientos de inadecuación por no ser felices porque el entorno te presiona para que lo seas, pase lo que pase.