Pocas veces nos paramos a pensar que las cosas no siempre son lo que parecen. Por ejemplo, cuando hablamos de dinero, de cuánto cuestan las cosas o de cuánto nos pagan por nuestro trabajo. Escuchamos como los medios de comunicación nos hablan de las elevadas cifras que se manejan para fichar a ciertos deportistas o para contratar a los actores de moda en Hollywood. A menudo, estas cifras suelen parecernos disparatadas y nos extraña que los que representan a estas estrellas tan bien pagadas tarden en llegar a acuerdos y aceptar lo que se les ofrece, o que se estaquen las negociaciones por relativamente pequeñas cantidades sobre el escandaloso monto total. ¿Para qué quieren más? oímos decir a veces.
Olvidamos que el valor del dinero no es sólo el que tienen las monedas o los billetes ni el que nos permite conseguir aquello que es posible pagar. El dinero también tiene otro valor, el que se deriva de nuestra percepción de ser reconocidos y por lo tanto bien pagados, el que tiene mucho que ver con la comparación social, que hace que me sienta mejor o peor pagado en relación a lo que pagan al otro por hacer un trabajo similar al mío, o el que me conecta con mi propio autoconcepto: si me pagan bien es porque valgo.
Se ha escrito mucho sobre el valor motivador del dinero y aunque parece que una vez satisfechas las necesidades básicas hay otros factores que contribuyen más a hacer que las personas se activen y se mantengan en la acción, como la aprobación social o el reconocimiento de lo bien hecho, el dinero, sobre todo cuando la tarea en sí misma no es excesivamente gratificante, lo cierto es que si no es un motivador es un buen “justificador” para seguir adelante con ella.
El valor simbólico del dinero es un elemento importante a considerar cuando pretendemos entender, a veces sin mucho éxito, por qué hay gente que se marcha de sus trabajos a otros, dónde su calidad de vida va a verse seriamente afectada, porque le pagan más, o por el contrario, por qué otros prefieren vivir con menos y mantenerse en lugares más cómodos y peor remunerados.
El valor que le damos al dinero varía con cada persona. Para algunos, conseguir la mayor cantidad posible es su objetivo en la vida, mientras que para otros la meta es la austeridad y el vivir sólo con lo necesario. Entre ambos extremos nos situamos la mayoría en diferentes posiciones más o menos alejadas de ellos. Lo cierto es que cuando nos ofrecen una subida o cuando nos dan una gratificación económica, salvo si partimos de condiciones de precariedad, cada vez más habituales por otra parte, el valor, más que por la cantidad, tiene que ver con el valor simbólico que le damos al dinero.
Lo dicho, las cosas no siempre son lo que parecen.
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