Si hay un tema clásico que corresponda a las fechas de inicio de año son los propósitos que la mayoría de nosotros establecemos con la intención de llevarlos a cabo durante los próximos meses. Como cada año, los medios de comunicación se hacen eco de las intenciones de adelgazar, de aprender idiomas o de acudir al gimnasio.
Otro clásico es cuestionarse, año tras año, por qué esos propósitos que parecen tan firmes y tan decididos, en un gran porcentaje, se incumplen con el mismo entusiasmo con el que se formularon. Al margen de las distintas explicaciones que existen para dar respuesta a tal incumplimiento, tales como expectativas poco realistas, deficiente formulación de los objetivos o los determinantes de la voluntad, podemos tratar de verlo desde otra perspectiva. ¿Por qué los principios de año nos inducen a este tipo de planteamientos?
Lo cierto es que las fechas influyen en nuestro comportamiento. Por ejemplo, el día de nuestro cumpleaños. Si lo miramos con objetividad pocos cambios se producen entre el día antes de tal fecha y el día después y sin embargo parece muy relevante porque nuestra perspectiva sobre nosotros mismos cambia. No digamos si el cumpleaños supone también un cambio de década. Tendemos a percibir una gran diferencia entre los 29 y los 30 o entre los 59 y los 60. Lo que consideramos admisible a una edad empieza a no serlo a otra.
A veces lo que determina el antes y el después son las fiestas del pueblo, las efemérides varias de la vida de cada uno o el día que conseguimos algo que deseábamos. Parece que tenemos la necesidad de marcar puntos de referencia en el calendario que nos ayuden a establecer pautas de conducta. De esta manera formulamos los propósitos o los objetivos poniendo una fecha a partir de la cual empezaremos el cambio. Lo que a veces olvidamos, sin entrar en si el objetivo está bien formulado o no, es que además de un punto de partida es conveniente tener un punto de llegada.
Establecer plazos para el cumplimiento de los propósitos y de los objetivos nos ayuda a cumplirlos. No basta decir cuándo voy a empezar a hacer algo, es necesario también saber cuándo lo voy terminar, cuánto tiempo le voy a dedicar y cuál es la cantidad de ese algo que voy a hacer. Y sobre todo, cuanto esfuerzo estoy dispuesto a hacer para conseguirlo.