La resistencia al cambio

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Una de las cosas más difíciles con las que nos encontramos en la vida es la de realizar cambios. Si no fuera así no nos escucharíamos y escucharíamos decir a otros lo que deberíamos hacer y no hacemos, lo que tendríamos que proponernos para hacer cualquier día de estos y vamos aplazando, o lo que nos cuesta llevar a cabo una tarea una vez que hemos decidido hacerla.

Nos sentimos mal, incómodos o a disgusto pero preferimos seguir como estamos, quejándonos y esperando que las cosas cambien alguna vez sin que nosotros hagamos nada para que eso pase. Lo cierto que es que necesitamos pararnos a reflexionar un momento para ser conscientes de la capacidad que tenemos para cambiar las cosas. Es cierto que si quiero medir 10 centímetros más por muchos cambios que haga en mi vida no voy a conseguir ganar altura, lo que sí puedo cambiar es mi actitud al respecto y tratar de aceptarme como soy en vez de amargarme la vida.

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La realidad y las realidades

Cada vez que hablamos, que contamos un acontecimiento propio o ajeno, tenemos la tendencia a hacer afirmaciones categóricas sobre la verdad de las cosas. Lo que contamos pasó tal como lo contamos y lo que sucedió es la realidad y no otra. Consideramos que nuestra versión es la cierta y que las versiones de los otros o son interesadas o están sesgadas por alguna razón.

Lo cierto es que lo que hacemos habitualmente es dar la propia versión que tenemos sobre los hechos, hablar de lo que para nosotros es la realidad, aunque no coincida con la realidad de los otros.

Nuestra versión de los hechos, nuestra realidad, depende de cómo percibimos las cosas y esa percepción tiene mucho que ver con la atención que les prestamos. Prestamos atención a cosas que se relacionan con nuestros intereses, que producen algún tipo de sobresalto en nuestra rutina o que consideramos lo suficientemente llamativas para que nuestros sentidos se focalicen en ellas. Eso quiere decir que cuando prestamos atención a determinados aspectos de un hecho, no lo hacemos respecto a otros aspectos del mismo, ya que no es posible orientar la atención hacia todo lo que sucede

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Las generalizaciones

Siempre me pasa lo mismo; todo el mundo está mejor que yo; cada vez que intento algo me sale mal; no me apetece hacer nada ¿A que nos resulta familiar esa manera de hablar? Es posible que hayamos dicho alguna de esas frases y es muy probable que se las hayamos escuchado a otros.

Las generalizaciones son distorsiones que nuestra mente hace sobre el mundo, las personas o las cosas. Todo, nada, siempre, nunca… Cada vez que generalizamos hacemos afirmaciones categóricas que no admiten matices hasta que nos paramos a pensar y someter a evidencia tales afirmaciones. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que nadie me quiere es una afirmación excesiva que debería cambiarse por Pepe no me quiere o Todo me sale mal por Esto, aquí y ahora, no ha salido como yo pretendía.

El caso es que pocas veces hacemos esa reflexión y, por lo tanto, llegamos a convencernos, a fuerza de repetirlo, de que determinadas cosas son, en todos los casos, de una manera cuando sólo una cosa o una persona o un acontecimiento lo es. Ese convencimiento acaba instaurándose y transformándose en una creencia que no admite discusión y que influye, sin que nos demos cuenta, en nuestras relaciones, en las decisiones que tomamos y en nuestra forma de percibir la vida.

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Es buena persona, pero…

Es buena persona, pero…

¿Cuántas veces hemos oído esta frase? ¿Qué define a una buena persona? ¿Qué la distingue de la que supuestamente no lo es? Es curioso que cuando se utiliza esta expresión lo que sigue a ese pero no suele ser algo positivo. Es buena persona pero tiene un carácter que no hay que la aguante, o me hace sufrir lo indecible o me ataca de una manera inmisericorde cuando algo no le gusta…, vamos, que si no fuera porque me acaba de segar la hierba bajo los pies, quedarse con mis clientes o provocarme un dolor del que aún no me he recuperado, por lo demás, es muy buena persona.

No tengo muy claro cuál es la idea que tenemos de lo que significa ser buena persona. Muchas veces, en la calle y, sobre todo, en la consulta que es dónde la gente se explaya más hablando de las miserias humanas, escuchamos tras un relato en el que alguien te detalla el machaque continuo por parte de algún familiar, los comentarios despectivos por parte de un amigo o las humillaciones recibidas por parte de un cónyuge o un compañero de trabajo, que se añade aquello de: si es buena persona…pero…

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La inactividad

La inactividad

Una de las consecuencias del tiempo que estamos viviendo y que está influyendo de manera muy negativa en muchos de nosotros, es la inactividad. Si dejamos al margen que hay personas que son capaces de buscar qué hacer en cualquier circunstancia, tiempo y lugar, hay un buen porcentaje de ellas para las que el tiempo que pasan metidas en casa les supone una gran dificultad y una incapacidad para buscar formas de emplearlo de una manera satisfactoria.

Personas que se definen como muy sociables y cuya actividad habitual, más allá del tiempo que dedican al trabajo, consiste en quedar con amigos, visitar a parientes o socializar de todas las maneras posibles, se han visto muy condicionadas por la obligación de pasar más tiempo del habitual en casa y no poder relacionarse con otras personas.

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Las comparaciones

Las comparaciones

Uno de los argumentos esgrimidos con más frecuencia para justificar la infelicidad es el que hace alusión a lo que a otros les sucede, poseen o disfrutan y nosotros no.

Las comparaciones son un recurso que utilizamos a menudo sin pararnos a pensar qué significa lo que estamos diciendo. Por lo general, la comparación se realiza con los demás, la gente, todo el mundo… Si dedicamos unos minutos a analizar lo que afirmamos, nos daremos cuenta de que frases del tipo a todos mis amigos les va bien, o todo el mundo tiene pareja menos yo, están cargadas de generalizaciones, ambigüedades e imprecisiones.

Los demás o todo el mundo, es una cantidad de personas imprecisa que no sabemos a cuántos seres se refiere. ¿A nuestros compañeros de trabajo, a familiares, a nuestro barrio o al país entero? ¿Qué quiere decir que les va bien? ¿Tiene salud? ¿Les ha tocado la lotería? Pues no se sabe, no sabemos a qué nos referimos con esa afirmación.

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El sufrimiento

El sufrimiento

El sufrimiento se ha convertido en algo socialmente reprobable. Da lo mismo si es provocado por un desengaño, una pérdida o un fracaso. Sufrir está mal visto sea cual sea la causa. Eso nos lleva a buscar un alivio inmediato, no sólo por nuestra propia incapacidad para procesar el malestar sino porque el correspondiente coro que nos acompaña, en forma de amigos, compañeros o familiares, nos insta acabar cuanto antes con el asunto.

Manejamos mal las emociones negativas, las propias y las ajenas. Vivimos en un mundo en el que ser feliz a toda costa, nos hace pasar por encima de cualquier acontecimiento que altere esa presunta felicidad con la mayor rapidez posible. Parece que hemos olvidado que el sufrimiento forma parte de la vida, que si una persona, o incluso un animal al que queremos, muere, sufrimos por su pérdida. Una ruptura sentimental, el desamor, duele. Que un amigo nos decepcione, duele y que no tener ninguno, la soledad, duele también.

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