La obligación de ser felices
La presión de los mensajes que nos obligan a ser felices, pase lo que pase, está llegando a niveles absurdos. Parece que la felicidad, que es algo que no siempre se define bien, es una especie de objeto que nosotros podemos adquirir de manera voluntaria y que si no lo hacemos nos convertimos en los más tontos del lugar.
Proliferan las ofertas de eventos en los que es foto obligada la del grupo con los brazos en alto, la sonrisa de oreja a oreja y todos haciendo la V de la victoria con los dedos. Hay que aprender a ser felices. Da igual si de lo que se está tratando es de motivar al personal, de aprender a atender al cliente o de vender camiones. Hay que enseñar la dentadura, cuanto más mejor.
Ese postureo grupal en el que los que nos dedicamos a la formación nos hemos visto obligados a entrar, porque es lo que vende y hay que pagar el alquiler, suele producir en los asistentes, no en todos, una especie de euforia que engancha. Así vemos a muchas personas que parecen obsesionadas con asistir a cuanto evento haya en el que se salte, se baile y se grite en coro. A querer siempre más.