La inactividad

La inactividad

Una de las consecuencias del tiempo que estamos viviendo y que está influyendo de manera muy negativa en muchos de nosotros, es la inactividad. Si dejamos al margen que hay personas que son capaces de buscar qué hacer en cualquier circunstancia, tiempo y lugar, hay un buen porcentaje de ellas para las que el tiempo que pasan metidas en casa les supone una gran dificultad y una incapacidad para buscar formas de emplearlo de una manera satisfactoria.

Personas que se definen como muy sociables y cuya actividad habitual, más allá del tiempo que dedican al trabajo, consiste en quedar con amigos, visitar a parientes o socializar de todas las maneras posibles, se han visto muy condicionadas por la obligación de pasar más tiempo del habitual en casa y no poder relacionarse con otras personas.

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Las comparaciones

Las comparaciones

Uno de los argumentos esgrimidos con más frecuencia para justificar la infelicidad es el que hace alusión a lo que a otros les sucede, poseen o disfrutan y nosotros no.

Las comparaciones son un recurso que utilizamos a menudo sin pararnos a pensar qué significa lo que estamos diciendo. Por lo general, la comparación se realiza con los demás, la gente, todo el mundo… Si dedicamos unos minutos a analizar lo que afirmamos, nos daremos cuenta de que frases del tipo a todos mis amigos les va bien, o todo el mundo tiene pareja menos yo, están cargadas de generalizaciones, ambigüedades e imprecisiones.

Los demás o todo el mundo, es una cantidad de personas imprecisa que no sabemos a cuántos seres se refiere. ¿A nuestros compañeros de trabajo, a familiares, a nuestro barrio o al país entero? ¿Qué quiere decir que les va bien? ¿Tiene salud? ¿Les ha tocado la lotería? Pues no se sabe, no sabemos a qué nos referimos con esa afirmación.

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Reinventarse

Reinventarse

Uno de los términos de moda es la reinvención. El reinventarse, el empezar de nuevo después de una trayectoria profesional, parece el mandato obligado de los tiempos que vivimos. La famosa crisis, que es difícil determinar si ha pasado o no, ha obligado a que muchas personas, que daban por establecida su vida hasta la jubilación, hayan tenido que plantearse tomar un camino diferente.

Reinventarse supone pararse a pensar qué habilidades tengo, qué conocimientos  o, sencillamente, qué sé hacer o qué puedo aprender que me permita seguir adelante cuando las expectativas que tenía se han visto frustradas.

La reinvención no solo afecta al ámbito del trabajo. Las relaciones que se terminan, los cambios sociales, la publicidad que nos presiona para dar más de nosotros mismos y cualquier otro factor que produzca un efecto similar, nos impulsa a hacer cambios. A veces, los cambios son menores y solo nos llevan a experimentar cosas diferentes o a incorporar a nuestra rutina algunas conductas inéditas hasta entonces. Otras veces, los cambios son más radicales.

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Pensar, sentir y actuar.

Pensar, sentir y actuar.

Pensar, sentir y actuar. Simplificando, podríamos decir que es en estos tres procesos en los que empleamos nuestra vida. No hace falta mucha explicación para que cualquier persona pueda estar de acuerdo en ello. El problema es que, a menudo, confundimos una cosa con otra y cuando tratamos de hacer algún ajuste sobre uno de esos procesos esa confusión nos lleva a hacerlo sobre otro.

Por ejemplo, cuando le preguntamos a una persona cuál es su opinión (pensar) sobre algo o alguien es fácil que responda que le gusta o le disgusta (sentir) o que cada vez que lo tiene delante abrevia o alarga el contacto con el objeto o con la persona en cuestión (actuar). Es cuando le adviertes que tu pregunta se refiere a lo que piensa, no a lo que siente o a lo que hace, cuando la persona hace el intento de expresar cuál es esa opinión que le pedimos, al margen (dentro de lo posible) de emociones o comportamientos.

Esta distinción es muy importante a la hora de llevar a cabo cualquier intervención con personas, ya sea en el ámbito laboral, en el terapéutico o en cualquier otro. También es importante en el conocimiento de nosotros mismos, porque cuando queremos hacer cambios en nuestras vidas es importante que sepamos dónde se requieren esos cambios.

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¿Cómo influyen las creencias en nuestra vida?

¿Cómo influyen las creencias en nuestra vida?

Las creencias, aquello que creemos firmemente y que forma parte de nuestro pensamiento habitual, son como farolillos que nos van guiando en nuestra vida. Creemos que ser  demasiado confiados puede ponernos en una posición vulnerable o que si somos amables recibiremos a cambio el mismo trato, que todas las personas van a lo suyo o que somos negados para las matemáticas. Generamos creencias acerca de cualquier aspecto de nuestro mundo, tanto si se refiere a las cosas como a las personas, incluidos nosotros mismos. Como eso es lo que pensamos, actuamos según esa manera de pensar.

Existen dos tipos de creencias, las que nos ayudan a crecer, a desarrollarnos y establecer buenas relaciones con nuestro entorno y las que nos producen el efecto contrario. Estas últimas, las creencias limitadoras, las que nos impiden hacer cosas o relacionarnos con cierto tipo de personas, nos privan de la posibilidad de adquirir conocimiento nuevo, de experimentar o de descubrir. Como sé que soy torpe no trato de mejorar mi ejecución porque ni siquiera me cuestiono tal creencia, la doy por buena y actúo como si eso fuera cierto. Cómo sé que todo el mundo te la acaba jugando ya no intento confiar en alguien porque mi creencia no cuestionada me impide experimentar por mí misma la posibilidad de poder fiarme de otro.

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La incapacidad para escuchar

La incapacidad para escuchar

Por lo general, cuando alguien demanda entrenamiento en habilidades de comunicación, tanto a nivel personal como empresarial, lo habitual es que esté pensando en sus limitaciones a la hora de emitir mensajes. No consigo hacerme entender, me gustaría explicarme mejor o ya no sé cómo decir las cosas, son frases que se repiten y que nos trasladan la preocupación por expresarse adecuadamente y ser bien interpretados. Lo raro es encontrar personas cuya queja respecto a sus limitaciones comunicativas manifieste su pesar por su incapacidad para escuchar a los otros.

Pocas veces nos damos cuenta, en cuanto a la comunicación se refiere, que esta no consiste únicamente en emitir mensajes, también en recibirlos, procesarlos y dar una respuesta al interlocutor. La capacidad para escuchar es tanto o más importante que la capacidad para hablar y expresar ideas. Lo que sucede a menudo es que nos preocupamos más porque los otros nos entiendan, porque nuestro mensaje llegue claro, que por entender nosotros y, mucho menos, por ayudar al otro a hacerse entender.

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El fracaso.

El fracaso.

Fuente foto: www.morguefile.com

La Caja Sináptica. Blogs El Correo Gallego.

El fracaso en una actividad supone que no hemos cumplido los objetivos que pretendíamos al iniciarla. A menudo, cuando esto sucede, nos sentimos frustrados, abatidos e, incluso, podemos empezar a dudar de nosotros mismos.  ¿A qué se debe un fracaso? Puede que los objetivos no estuvieran bien definidos o que estos no fueran realistas, puede ser que  no hayamos  conseguido llevar a cabo las acciones necesarias  para alcanzar la meta o que no hayamos medido bien nuestras aptitudes, actitudes o fuerza para poder lograrlas.

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