Uno de los argumentos esgrimidos con más frecuencia para justificar la infelicidad es el que hace alusión a lo que a otros les sucede, poseen o disfrutan y nosotros no.
Las comparaciones son un recurso que utilizamos a menudo sin pararnos a pensar qué significa lo que estamos diciendo. Por lo general, la comparación se realiza con los demás, la gente, todo el mundo… Si dedicamos unos minutos a analizar lo que afirmamos, nos daremos cuenta de que frases del tipo a todos mis amigos les va bien, o todo el mundo tiene pareja menos yo, están cargadas de generalizaciones, ambigüedades e imprecisiones.
Los demás o todo el mundo, es una cantidad de personas imprecisa que no sabemos a cuántos seres se refiere. ¿A nuestros compañeros de trabajo, a familiares, a nuestro barrio o al país entero? ¿Qué quiere decir que les va bien? ¿Tiene salud? ¿Les ha tocado la lotería? Pues no se sabe, no sabemos a qué nos referimos con esa afirmación.
Tampoco advertimos que desconocemos muchos aspectos de la vida de las otras personas con las que nos comparamos porque nuestra percepción es selectiva y solo nos fijamos en determinadas cosas, aquellas que nos llaman la atención, pasando por alto el resto.
Además de las generalizaciones, las imprecisiones y el desconocimiento, las comparaciones se basan más en nuestras carencias que en lo que tenemos. Cuando pensamos en negativo solo nos fijamos en lo que otros tienen y nosotros no, obviando lo que nosotros sí tenemos y, por lo tanto, mostrándonos incapaces de disfrutar de ello.
Basar nuestro malestar o bienestar en compararnos solo en base a nuestras carencias nos pone en una posición tremendamente vulnerable porque siempre, tengamos lo que tengamos, habrá personas que tengan lo que nosotros no tenemos. Debemos aprender a fijarnos en lo que sí tenemos y no solo en lo que tienen los demás si queremos tener una vida más sana y disfrutar de ella.
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