La necesidad de ejercer control es una característica bastante acentuada en muchas personas que conocemos. Algunas, incluso, se reconocen o se definen como controladoras y, curiosamente, son capaces de ejercer ese control sobre las cosas y sobre otras personas pero rara vez sobre sí mismas. Llevan a gala el que nada se les escape y el que los demás hagan las cosas a su manera, por otro lado, la única correcta.
El controlador sólo se siente seguro cuando las cosas suceden según lo planificado lo que, en realidad, sucede sólo en algunos ámbitos de su vida y sólo algunas veces, como en el plano laboral cuando la situación permite hacer previsiones sobre variables muy conocidas o en el personal cuando la mayoría de los que le rodean se ciñen a sus condiciones por no soportar sus reacciones ante la contrariedad. En el plano de las relaciones sociales, en general, el controlador no suele desenvolverse bien a pesar de las apariencias.
Las personas controladoras suelen ser, a la vez, muy inseguras. Su falta de flexibilidad y su incapacidad para reaccionar ante lo imprevisto les genera la necesidad de moverse sobre seguro y se obligan a mantener el control como una forma de eliminar la tensión que les produce la posibilidad de dejarse ir.
Por lo general, las personas seguras transitan por la vida con una apariencia de relax y despreocupación que provoca la envidia de aquellos que tienden a mantenerse en constante tensión, preocupados porque nada se escape de lo previsto. Lo inesperado, la sorpresa o lo que se sale fuera de sus parámetros se vive con ansiedad cuando no con verdadera angustia.
El afán de control, cuando se da en exceso, enmascara problemas más serios que producen infelicidad al controlador, que estará permanentemente insatisfecho ya que rara vez tiene la sensación de que todo ha salido como quiere. Se sentirá muy inseguro en entornos desconocidos y generará altas dosis de ansiedad.
Tampoco la convivencia con una persona de esas características es satisfactoria. Su habitual gesto de desaprobación, su enfado permanente ante la contrariedad y su insistencia en imponer su criterio, lo que consiguen, con frecuencia, es apartar a los otros o provocar miedo.
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