Una de las consecuencias del tiempo que estamos viviendo y que está influyendo de manera muy negativa en muchos de nosotros, es la inactividad. Si dejamos al margen que hay personas que son capaces de buscar qué hacer en cualquier circunstancia, tiempo y lugar, hay un buen porcentaje de ellas para las que el tiempo que pasan metidas en casa les supone una gran dificultad y una incapacidad para buscar formas de emplearlo de una manera satisfactoria.
Personas que se definen como muy sociables y cuya actividad habitual, más allá del tiempo que dedican al trabajo, consiste en quedar con amigos, visitar a parientes o socializar de todas las maneras posibles, se han visto muy condicionadas por la obligación de pasar más tiempo del habitual en casa y no poder relacionarse con otras personas.
Si además viven solas o acompañadas por otros con los que la relación no es demasiado estimulante, el problema se agrava considerablemente. Es entonces, cuando la falta de estímulos, la imposibilidad de salir e interactuar socialmente se convierte en un problema afectando al estado de ánimo, incrementando la ansiedad y produciendo una gran cantidad de pensamientos negativos.
Comprobamos una y otra vez, que la inactividad, salvo excepciones, afecta negativamente a nuestra salud mental. Necesitamos estímulos que nos activen, proyectos que ocupen nuestra mente y nuestro cuerpo, planes que nos ilusionen y personas que nos aparten de los pensamientos que nos invaden cuando les dejamos espacio para el pesimismo.
Debemos tratar de generar recursos que nos permitan hacer frente de una manera saludable a lo que no está bajo nuestro control, recuperando aficiones abandonadas, lecturas pendientes, aprendizajes que aplazamos por falta de tiempo y estableciendo comunicación con las otras personas de cualquier forma posible. Cualquier recurso que nos permita, sobre todo, mantener la mente activa.