Hasta hace relativamente poco tiempo, digamos hasta muy avanzado el siglo XX, la vinculación de la mayoría de las personas con su trabajo no pasaba de esperar conseguirlo sin demasiado esfuerzo, mantenerlo cumpliendo con lo estipulado en su contrato y jubilarse con una pensión decente.
Ahora, en el siglo XXI, las cosas han cambiado. Las personas que hoy se incorporan al mercado laboral demandan de las empresas mucho más que el salario. Hoy, a pesar de que en los últimos años la situación económica, la reforma laboral y el pescar en río revuelto de muchas empresas, hayan conseguido un retroceso en las condiciones laborales y un aumento de la precariedad que ya dábamos por superado, los trabajadores esperan más que un sueldo.
También las empresas esperan más que el hecho de que el trabajador se limite a cumplir estrictamente con su trabajo, a entrar y salir puntualmente y a cumplir las normas. Esperan del trabajador cosas tales como implicación, compromiso o lealtad, conceptos que se refieren a lo intangible y que tienen que ver más con aspectos emocionales que con la mera ejecución de tareas.
El trabajador, a su vez, demanda de la empresa reconocimiento, autonomía, participación o buen clima laboral. Aunque casi todo es cuantificable y, por lo tanto, medible, lo cierto es que todo ello tiene más que ver con eso que hemos denominado lo emocional. Es decir, que el vínculo laboral no se refiere solo al contrato que se firma en un papel y que establece las bases de la relación en términos de puesto de trabajo a desempeñar y salario a recibir a cambio, también tiene que ver con las expectativas que una parte genera sobre la otra, sobre algo que no está escrito en ninguna parte, pero que tiene un gran peso en la relación laboral.
Ese conjunto de expectativas mutuas es lo que se conoce como Contrato Psicológico o Contrato emocional. Su importancia es tal, que la quiebra de ese contrato puede producir muchos efectos negativos en ambas partes. Este contrato también genera un salario que muchas veces no es cuantificable en términos económicos porque el reconocimiento por el esfuerzo realizado, o por el plus de calidad que ha supuesto la ejecución, no siempre se realiza con algo tangible. Una palabra, una mención pública puede bastar para que se produzca ese reconocimiento.
Mantener ese contrato requiere una adecuada gestión de los cambios que se vayan produciendo en ambas partes porque las expectativas cambian y el Contrato Emocional requiere ser renegociado permanentemente. Si la empresa no lanza mensajes contradictorios, si la comunicación y el compromiso por ambas partes se mantienen vivos, la posibilidad de ruptura y, por lo tanto, de las consecuencias negativas que se deriven de ella, disminuye considerablemente lo que permite que el trabajador cumpla sus objetivos y que la empresa sea capaz de retener el talento.
Lo emocional no es algo que solo atañe a las relaciones personales. Los seres humanos sentimos, pensamos y actuamos, en cualquier situación y en cualquier ámbito de la vida. Prestemos atención a los aspectos emocionales y podremos mejorar la calidad de vida de las personas, en el trabajo y fuera de él.