Una queja frecuente que escuchamos de las personas que piden ayuda para mejorar sus relaciones con los demás y, por lo tanto, su vida en general, es su incapacidad para decir lo que piensan y , sobre todo, para decirlo bien.
En unos casos, el problema viene provocado porque ante una situación en la que se sienten incómodas y en la que les gustaría expresar esa incomodidad, el miedo a la reacción del otro, que aventuran negativa, hace que opten por permanecer callados. Naturalmente, el malestar no desaparece, al contrario, al generado por la situación o las palabras de otra persona se añaden la sensación de impotencia y la de frustración por no poder llevar a cabo aquello que les gustaría.
En otros casos, la persona quiere expresarse pero lo que sale de su boca no es lo que hubiera querido decir porque la emoción le ha jugado una mala pasada, porque se siente torpe en el manejo de las palabras o porque cuando se decide a decir algo, tanto tiempo callado, lo que expresa es hiriente, ofensivo o ya está fuera de lugar.
Es importante aprender a decir lo que uno piensa sin ofender, a expresar los sentimientos y las emociones sin agredir al otro, a decir que no cuando lo que nos piden desborda nuestros deseos o nuestra capacidad y a pedir lo que queremos de los demás sin esperar a que el otro nos adivine. Utilizar expresiones como: me gustaría que…, si fuera posible…, lo lamento no puedo… o, simplemente, expresar cómo nos sentimos en ese momento sin atribuirle al otro la causa de ese sentimiento cuando es negativo, facilita la expresión de los pensamientos o los deseos y , sobre todo, la recepción de esos pensamientos y deseos por parte de nuestro interlocutor.