La Caja Sináptica. Blogs El Correo Gallego

Fuente foto: www.empresariados.com

Podemos considerar un eufemismo como una palabra bonita, o por lo menos vistosa, que a menudo trata de dar brillo a un concepto, una situación o una actividad que sin esa palabra nos parecería más áspera o poco atractiva.

En los últimos años, hemos visto sustituir muchas palabras duras al oído social por otras más suaves y deseables socialmente. Hace pocas semanas, la noticia de un político calificando como chacha a una empleada del hogar ha copado muchos minutos en los medios. Desde hace años los porteros son empleados de finca urbana y los empleados de la limpieza han enterrado a los antiguos basureros.

La jerga que se utiliza en el mundo de las organizaciones laborales, en las empresas, vaya, no ha escapado al refinamiento lingüístico. Ya no hay subordinados sino colaboradores, los jefes son directivos o líderes, el cerrar fábricas y llevarlas a países dónde producir es más barato se llama deslocalizar y cuando se despide a una persona resulta que lo que se hace es desvincularla de la empresa. Antes, se seleccionaba a los empleados porque valían para el puesto y ahora porque acreditan las competencias necesarias para ocupar una posición.

Lo cierto es que, a pesar de tanto lavado de cara y de los innegables cambios producidos en el ámbito laboral, las palabras bonitas significan poco si no van acompañadas de cambios reales. En una situación como la actual, con tantas personas desvinculadas de sus empresas a pesar de haber demostrado sobradamente competencias, en un mercado en el que el trabajador cada vez vale menos porque cada vez se paga menos por su trabajo, en el que se le exigen esfuerzos y compromisos a cambio de inestabilidad en el empleo y en el que se le paga según convenio pero trabaja más horas de las estipuladas en él, los eufemismos son un pobre consuelo cuando, víctimas de tanta reforma laboral y de tantas oscilaciones de la economía mundial, tantos se sienten, trabajen o no, como unos pringados.

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